Estos días he estado leyendo el fantástico libro «El sonido y la perfección, Una historia de la música grabada«, de Greg Milner. En el se hace un repaso histórico de cómo ha evolucionado la manera en la que escuchamos y registramos la música y sus conclusiones son realmente interesantes. En un pasado analógico, cuando Edison comenzó a grabar sonido empleando cilindros de cera, la misión era registrar el sonido de la forma más fiel posible. Aunque la tecnología no fuera la más precisa, se intentaban crear documentos sonoros de la interpretación que perduraran en el tiempo y fueran reproducidos con la menor pérdida. Ese concepto se fue ampliando con la aparición de nuevas formas de grabación y reproducción; el vinilo, la cinta magnética. Aquí ya se intentaba reproducir la presencia; intentar recrear el espacio sonoro de la interpretación (traer la sala de conciertos a casa). También dio lugar a la capacidad de editar y de ser creativos con la manipulación del sonido. Ya no sólo debía ser un registro necesariamente y la originalidad y arte de los ingenieros, productores y músicos fue capaz de crear interpretaciones y sonidos no imaginables o no presentes en la naturaleza.
El comienzo de la era digital trajo una nueva disyuntiva con respecto al modelo de plasmación sonora: el modelo analógico concibe el sonido tal y como se presenta en el mundo real (como una serie de ondas) y lo inscribe en el surco de un vinilo o en el patrón de particulas de una cinta magnética. El audio digital supuso la noción de que es posible segmentar esa onda sonora en fragmentos diminutos para reconstruirla después. Es decir, se alteró la realidad del evento que se registra. Esto ha provocado hasta la fecha numerosos debates acerca de si esa alteración afecta a la experiencia sonora (por eso los vinilos no han dejado nunca de venderse). También se ha estudiado sobre la fatiga acústica desde la aparición de los cds y la disminución de la concentración y de una pérdida general en el disfrute de la música, entre otros fenómenos. No suele sentarnos bien que nos sustituyan lo natural por sucedáneos, aunque sea apelando a la mejor conservación o a la economía.
Pero lo más paradójico sucedió despues: La «Guerra de volumen» que se originó con la aparicion de la radio FM ocasionó un empobrecimiento voluntario del sonido por el uso de compresión excesiva y la disminución de los rangos dinámicos en pos de un sonido con una pegada más fuerte y de destacar entre en resto. Si querias que tu música se escuchara en la radio y consiguiera la atención del público, debías «embrutecerla». Y más todavia cuando aparecieron otros formatos como el AAC o el MP3 en los que deliberadamente se pierde en fidelidad a condición de disminuir su tamaño como archivo y poder ser almacenado con más facilidad. Preferimos menos calidad a costa de unas ventajas que nada tienen que ver con la mejor experiencia sonora para nosotros, y la industria ha seguido favoreciendo eso. Un poco parecido a la tv y sus contenidos cada vez más «empobrecidos» a cuenta de una audiencia que se ha acomodado a ser el receptor de esa «baja calidad y alto ruido» que tenemos en pantalla gracias a la dictadura de la audiencia. Pareciera que la excelencia no nos acaba de convencer sobre todo lo demás.
Nos gusta lo que nos gusta y (ya en mi campo) nos movemos como nos movemos e interpretamos artísticamente como lo hacemos porque no hemos aprendido a hacerlo mejor. Como diria Moshe Feldenkrais, siempre hay una manera totalmente eficiente de efectuar un movimiento. Aprendemos por imitación (de la sociedad, nuestro entorno, padres..) y dedicamos relativamente muy poco esfuerzo consciente en pararnos a pensar si esa es nuestra forma de hacer las cosas, nuestra individualidad.
¿Estamos abiertos a todas las posibilidades que se nos podrían plantear en ese aspecto?
Por otro lado, en muchas ocasiones vemos cómo hay pacientes que vienen aquejados de lesiones o enfermedades como consecuencia de su estilo de vida. No se paran a pensar sobre ello y no te escuchan cuando sugieres que lo que realmente necesitan es reevaluar sus prioridades vitales. Simplemente quieren el arreglo rápido igual que el entretenimiento sencillo de los programas basura o la música hipercomprimida que solo es capaz de captar tu atención durante un breve tiempo para distraerte.
Hay veces que por la manera de presentarte ante tí, sabes que un paciente te necesita como a una «parada en el camino, recuperación de una disfunción y vuelta a la vida normal, perfectamente sentida». Ese sería el proceso ideal. Pero en otras ocasiones, la enfermedad o lesión para otros pacientes significa que se han estado «haciendo las cosas no del todo bien» durante un tiempo y entonces es preciso profundizar sobre ello para buscar las soluciones.
Qué hacemos cuando un paciente reclama un tratamiento concreto (dame un masaje y que me duela, si no es como si no me enterara) y nosotros sabemos que lo que necesita no es lo que quiere, que lo que puede mejorarle a medio plazo no va a ser la gratificación instantánea que busca. Los profesionales de la salud debemos ser honestos con respecto al tratamiento que podemos proporcionar a un paciente. Ofrecerle nuestra experiencia y punto de vista.
Enfrentarse a una lesión crónica requiere ser valiente y estar dispuesto a reevaluar su estilo de vida (creencias, auto-justificaciones etc) porque a menudo la enfermedad aparece cuando desaparece la sintonía con uno mismo. Estás donde estás ahora mismo como fruto de todas tus mejores decisiones hasta la fecha. Aceptar eso implica un trabajo y compromiso por parte del paciente que debe estar dispuesto a asumir si quiere recuperarse, aunque eso signifique abandonar sus esquemas previos y en ocasiones dar una salto a lo desconocido.
Merece la pena ese trabajo pues de ahí siempre va a generarse una evolución personal, que -es mi opinión-, era justo lo que necesitaba el paciente en el camino hacia su autorrealización. Como suele decirse, la enfermedad es una buena profesora.